(10) Nietzsche. ETERNO RETORNO:
LA ETERNIDAD EN UN INSTANTE.
“Un pastorcillo se retorcía en el suelo, anhelante y convulso, con la cara descompuesta: de su boca pendía una gran culebra negra. ¿Había visto yo jamás tal expresión de náusea y de pavor en un solo rostro humano? Quizá aquel pobre pastorcillo dormía cuando la culebra penetró en su garganta y se aferró a ella, mordiendo.
Con la mano tiré del reptil, tiré y tiré -¡en vano! ¡No pude arrancarlo! Entonces se me escapó un grito: «¡Muerde, muerde!
¡Arráncale la cabeza, muérdele!», me gritaban mi horror, mi odio, mi asco y mi compasión. Todo en cuanto en mí había, bueno y malo, gritaba en mí, con un único grito.”
El pastor está aterrorizado
y paralizado por el asco, pero decide cortar la cabeza de la serpiente con sus
propios dientes y consigue la liberación:
“Pero el pastorcillo mordió, según le aconsejó mi grito, y mordió con todas sus fuerzas. Escupió lejos de sí la cabeza de la serpiente, y se puso en pie de un salto.
Ya no un pastor, ya no un hombre -¡un transfigurado, un iluminado, reía!¡Jamás rió tanto sobre la tierra hombre alguno!
¡Oh, hermanos, yo oí una risa que no era risa de hombre!
Y ahora me devora una sed, un insaciable anhelo.
Mi anhelo de esa risa me devora. ¡Oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el morir ahora!”
El minutero de la vida. La vida se compone de
unos pocos momentos aislados sumamente llenos de sentido, y de
infinitos intervalos en los que, a lo sumo, se proyectan sobre nosotros las
sombras de esos momentos. El amor, la primavera, una bella melodía, la montaña, la luna, el
mar. Todo nos habla plenamente una sola vez al corazón, si es que todas
esas cosas llegan a expresarse por entero. Pues muchas personas no conocen en
absoluto ninguno de esos momentos y ellas mismas son intervalos, silencios en
la sinfonía de la vida real.
ASÍ
HABLÓ ZARATRUSTRA.
¿Qué ocurriría si un día o una noche un
demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: «Esta
vida, como tú ahora la vives y como la has vivido, deberías vivirla aún otra vez e
innumerables veces, y no habrá en ella nada nuevo; sino que cada dolor y cada placer, y cada
pensamiento, y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu
vida deberá retornar a ti, y
todas en la misma secuencia y sucesión -y así también esta araña y esta luz de
luna entre las ramas y así también este instante y yo mismo-. ¡La eterna clepsidra de la
existencia se invierte siempre de nuevo y tú con ella, granito
de polvo!?» ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te ha
hablado de esta forma? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta
habría sido la
siguiente: «Tú eres un dios y jamás oí nada más divino»? Si ese pensamiento se apoderase de ti te haría experimentar,
tal y como eres ahora, una transformación y tal vez te trituraría; la pregunta
sobre cualquier cosa: «¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?» pesaría sobre
tu obrar como el peso más grande. O también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna
sanción, este sello?
LA GAYA CIENCIA